Miro atrás y al cerrar los ojos puedo volver a vivirlo. Fue una decisión meditada, madura, responsable. Habíamos leído todos los documentos y los habíamos rellenado con esmero. Nuestra mejor letra, nuestros mejores sentimientos, nuestras ilusiones… todas plasmadas en un papel en el que hacíamos nuestro ofrecimiento como familia adoptante. Cerrando los ojos puedo sentir incluso cómo me latía el alma por dentro y cómo las lágrimas intentaban asomarse a unos ojos ilusionados. Así fue el día de nuestra concepción. Hoy me pregunto si cuando decides tener un hijo biológico recuerdas exactamente igual el día en que lo concibes; ese momento único e irrepetible en que dos almas se fusionan para buscar una tercera fruto de un amor irrefrenable. Estoy segura de que no, de que no cierras los ojos y recuerdas ese momento. De hecho, estoy segura de que la gran mayoría de veces ni siquiera saber qué momento de aquellos fue.
Mi concepción fue adoptante y como tal, fue única y excepcional. Hoy hace 2 años desde aquel día en que, emocionados, nos entregábamos EN FIRME al mundo de la ADOPCIÓN y empezábamos a caminar. Hemos aprendido muchas cosas, muchísimas. Nos hemos preparado para el día en que llegue el alumbramiento. Un “dar a luz” sin fecha, sin fecha aproximada. Y hoy, además, recibimos la noticia de que “no hay suficientes niños como para terminar de asignar los expedientes de marzo 2006”. Nosotros somos de julio de 2008. Mil preguntas rondan mi ser y hoy empiezo a entender el por qué muchas familias prefieren retirarse de la conexión del mundo adoptante hasta que sus fechas se aproximan.
Hoy, exactamente 2 años después de empezar a caminar, sé mucho más de lo que antes sabía. Estuve toda mi vida esperando tener 30 años para adoptar en China y ese mismo día, ese día en que cumplía los 30, una llamada de Consellería nos dio cita para empezar los cursos. ¿Fue una señal? Me enfrenté a esa formación con un “a ver por qué tenemos que formarnos para ser adoptantes cuando las familias biológicas no se forman para crecer” pero salí de allí sabiendo que la formación es necesaria, porque las familias adoptantes necesitan cualificarse para ello. Nos enfrentamos con pánico a unas entrevistas en las que habíamos medido todas las palabras, limpiamos la casa como nunca… Y finalmente te das cuenta, a pesar de los llantos esos días, que eres una familia normal, como cualquier otra, con tus pros y tus contras, pero con una mente abierta, con capacidad de adaptación, tolerante, dispuesta a amar de forma incondicional. He aprendido a sentirme totalmente orgullosa de ser adoptante.
Durante todo este tiempo he realizado un curso de experto universitario en adopciones, para saber más. He leído mucho, he compartido mucho. He encontrado una familia del corazón, esa que no encuentras si no eres adoptante. He participado en la creación de Adopta2, la asociación de familias adoptantes de la Comunidad Valenciana. He escrito un cuento, ESPERÁNDOTE, y he soñado casi a diario con leerlo a mi tesoro, llegue cuando llegue. He reído, he soñado, he llorado.
Y hoy, precisamente hoy, dos años después de empezar a caminar, decido que debo retirarme. Debo tomarme un tiempo, aislarme de este mundo durante el tiempo necesario para volver a recuperar las fuerzas. He decidido hacer una pausa, abandonar este mundo durante un tiempo y acompañar en este camino a los que, ya en su día, decidieron “no saber para que no duela”.
No, no es un ADIOS, es un hasta luego. Un hasta luego necesario para poder seguir caminando fuerte, para seguir ESPERÁNDOTE, pero con fuerzas.