Cuando empiezas un trámite de adopción nunca sabes qué va a ocurrir en el camino. Tampoco sabes cuánto vas a entrenar tu paciencia ni cuántos cambios vas a enfrentar durante la espera. En un momento indeterminado miras atrás y te das cuenta de que han pasado 9 años desde que supuestamente nuestro expediente de adopción llegó a China. 9 años. Y es entonces cuando tomas consciencia de que este embarazo burocrático puede durar otros 9 años más porque no tienes ni la menor idea de qué ocurrirá, ni de si realmente algún día viajarás a la otra parte del mundo a encontrarte con tu hij@ o si todo esto quedará para siempre en el recuerdo como una eterna etapa de espera.
Empiezas tu trámite de adopción con 29 años y a punto de cumplir los 40 te planteas si seguir esperando tiene algún sentido. También te das cuenta de que hace un tiempo que dejaste de sentir que esperabas. No tengo ni la más remota idea de la última fecha de corte de expedientes. No sigo ninguna lista de correo y sólo pervivo en un grupo de whattsap de adoptantes de 2008 en el que ya somos como una familia. Soy la única del grupo que sigue esperando. Hace ya mucho tiempo que dejé de formarme en paternidad y decidí volcarme en otros muchos proyectos.
A veces me pregunto si dejar de esperar fue un mecanismo de defensa o sencillamente lucidez. O quizás un poco de ambos.
¿Llegará el día? ¿Recibiremos algún día esa llamada que tantas veces imaginé? ¿Me desmayaré al teléfono como siempre visualicé? ¿Habrá alguien real al otro lado del hilo rojo? ¿Seré madre antes de los 50? ¿De los 45? ¿Tendré ganas de serlo si llega el momento?
Tengo muchas preguntas. ¿Tiene todo esto, 9 años después, sentido? ¿Conocéis a alguien que haya esperado o esperó tanto tiempo? ¿Y tuvo final feliz? En estos momentos no conozco a nadie que llegue tanto tiempo esperando. Quizás ellos tuvieron más sensatez que yo.
9 años menos que esperar. 9 años más cerca. 28 de julio de 2017.